Obsolescencia programada
La obsolescencia programada consiste en que el fabricante de un producto lo programa para que su vida útil (su duración) sea menor y, de esta forma, el consumidor tenga que volver a comprar el producto en una fecha anterior a la que sería normal.
Actualmente casi todos los bienes de consumo duraderos están programados para quedarse obsoletos lo antes posible, de esta manera los productores esperan vender más.
Desarrollo histórico
Hasta finales del Siglo XIX (y, en cierta medida durante casi todo el Siglo XX) los bienes de consumo duraderos eran muy duraderos: la vajilla o el juego de café de nuestros abuelos pasaba de generación en generación.
Con la Revolución Industrial y la nueva economía que surge de ella, en la que son las nuevas empresas mercantiles las que producen bienes, los productores deben vender sus productos para ganar dinero y si esos productos duran mucho (o eternamente como la vajilla de la abuela) las ventas son mucho menores porque no tenemos que comprar una vajilla si ya tenemos la de nuestra abuela.
A finales del Siglo XIX aparece la cultura de usar y tirar: por ejemplo, el americano King Camp Gillette, trabajador de unos almacenes en 1890, vio cómo los tapones corona de las botellas de utilizaban una vez y se desechaban, esto le dio la idea de que un negocio bueno fabrica cosas que se utilizan una sola vez o pocas veces y luego se tiran, por lo que comenzó a fabricar maquinillas de afeitar con hojas de acero desechables de usar y tirar.
Además de esta cultura de un solo uso, la aparición de nuevos materiales, como el PVC, originó la fábrica de productos de consumo duradero más baratos y de menor calidad.
Ya a partir de 1920 aparece, como tal, la obsolescencia programada: siempre se pone el ejemplo de la bombilla de Edison, que tenía originalmente una duración de 2.500 horas, y que a partir de los años 20 empezó a fabricarse para que durara solo 1.000 horas, así se conseguía que los consumidores comparan bombillas.
Esta idea original fue más allá a partir de los años 50: ya no era solo que los productos tuvieran una vida útil menor, era también generar en los consumidores un deseo de comprar lo nuevo y desechar lo viejo, crear una conciencia de consumo para que el producto no se quedará obsoleto sólo cuando dejaba de funcionar sino también cuando aparecía en el mercado otro nuevo más avanzado y que despertaba el deseo del comprador potencial; esta técnica sigue utilizándose hoy en día.
Como veremos, esta proliferación de cosas, sobre todo de plástico desechable, ha sido desastrosa para el medio ambiente y tenemos, hoy día, una sociedad que produce demasiados residuos.
La durabilidad artificial y la obsolescencia programada
En realidad son dos maneras diferentes de hacer lo mismo: mientras que la durabilidad artificial consiste en que la fabricación del producto se hace para que tenga una duración menor, en la obsolescencia programada lo que se persigue es que el consumidor lo utilice menos tiempo y lo cambien por otro más avanzado.
En la durabilidad artificial lo que se va deteriorando es la calidad del producto o su utilidad: puede ser su apariencia, el buen rendimiento o, incluso, dejar de funcionar. Es lo que ocurre, muy habitualmente, con los aparatos electrónicos e informáticos como los teléfonos móviles.
Por su parte la obsolescencia programada no necesita este deterioro, el consumidor va a querer (o a estar obligado) a sustituir el producto por una versión más actual: es lo que pasa, por ejemplo, con los programas informáticos o con los libros de texto.
El problema que tiene el fabricante es convencer al consumidor de que realice este cambio: la técnica de desarrollo del producto más nuevo, su investigación y lanzamiento, programando los tiempos, está orientada a este problema y, en definitiva, también se consigue dejando de fabricar componentes de productos ya existentes para que no sea tan fácil su reparación y se tenga que comprar uno nuevo.
La obsolescencia en el ámbito económico
El consumidor paga el producto que compra: esta compra puede ser de un producto de consumo inmediato o de un producto duradero.
Si compra un bien de consumo inmediato el gasto responde a ese consumo según su valor presente.
En los bienes duraderos el consumidor paga por su valor presente y, también, por su consumo en el futuro, el consumidor racional que elige un bien duradero lo hace para ahorrar costes, prevenir futuras subidas de precios, desabastecimientos, etc.
En estos bienes de consumo duradero el productor tiende a acortar su vida útil y lo puede hacer si tiene un control del mercado: un productor monopolístico o si existe un oligopolio de productores pueden permitirse acortar su vida útil de los productos.
Sin embargo en un mercado libre la competencia puede hacer que el productor aumente la vida útil de su producto para ofrecer algo mejor que los demás oferentes: el consumidor racional tenderá a pagar menos por productos con menor vida útil.
Por último debemos tener también en cuenta el mercado de segunda mano, que hace que este lanzamiento de nuevos productos tenga una incidencia menor en el mercado al poder adquirir, el consumidor, el mismo productos (aunque ya esté obsoleto) por mucho menos dinero.
Las garantías post venta
En Europa (y más en concreto en España) la Ley establece unos mínimos para proteger a los consumidores: en nuestro caso el Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16 de noviembre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios que establece obligaciones, para el vendedor y fabricante, de información (en la publicidad y el contrato de venta), de servicios post venta y de garantía de lo comprado.
En un producto nuevo la garantía es de dos años (un año para los de segunda mano), aunque el vendedor puede ofrecer comercialmente una garantía más amplia.
La Ley establece que las faltas de conformidad del producto que aparezcan en los primeros seis meses de su compra ya existían en el momento de la venta.
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